martes, 3 de julio de 2012

30 de Junio del 2012 Llegada a Oyack




Hoy he salido de la casa, y ha sido difícil por mis dos niñas, la grande y la pequeña. Pero adelante. Rosario me ha llevado al aeropuerto. Sin problemas en el viaje a París, y en el de Douala ya empezamos con los retrasos. No es mucho, solo una hora. Y lo bueno es que a mi lado no se sienta nadie (será que Dios ha querido compensarme por haberme puesto en el viaje anterior a la mujer más gruesa de África). Encima, la muchacha del otro asiento me da conversación y agradable (lo que puedo en francés). Hasta que empiezan a traernos el desayuno y la muchacha pide vino, almuerzo y más vino, café y más vino, merienda y más vino. ¡Cuatro botellas se bebió la muchacha! Y a partir de ahí, derivando y gritando en el avión mi nombre, en fin, un espectáculo. Al llegar al aeropuerto le consigo dar esquinazo para que no me meta en problemas en la aduana, y allí me está esperando Piedad, con su carrito para mis maletas, que llegan, y en la puerta, Castillo. Sorteamos a taxistas, portadores de maletas, niños pidiendo y demás, y nos vamos a casa.
Recuerdo todo lo que veo, todo está igual. Bueno, todo no. La cuesta de acceso al  barrio y a la casa, está todavía peor.
Ya en casa, me acomodo, saco los materiales, las ropas de bebé para repartir y coloco las mías. Empiezan las visitas, a cenar, y como siempre uno extraña las camas, pues a ver quien duerme con los cánticos exteriores y la música. Pues yo. No hice nada más que tumbarme y dormir. Hacía tiempo que no dormía tanto.
Así que mañana será otro día

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