lunes, 24 de agosto de 2009

viernes 21-8-09



El último momento en la casa es en la capilla, compartimos una oración. Volvemos a tomar prestadas unas palabras del libro de “Ébano”, bueno, más que palabras, preguntas, que esperamos no dejemos nunca de hacérnoslas:
“Se vuelve cada vez más importante para el mundo la pregunta no de cómo alimentar a la humanidad –hay comida suficiente; a menudo sólo se trata de organización y transporte-, sino de qué hacer con la gente. Qué hacer con la presencia en la Tierra de millones de personas. Con su energía sin emplear. Con el potencial que llevan dentro y que nadie parece necesitar. ¿Qué lugar ocupa esa gente en la familia humana? ¿El del miembros de pleno derecho? ¿El de prójimos maltratados? ¿El de intrusos molestos?”

También, como no podía ser de otra manera, terminamos dando gracias a Dios. Gracias por todos y cada uno de los momentos que hemos vivido.

Aquí haremos un inciso para hacer una mención especial a la MCI, no solo como institución, sino a cada una de las mujeres que componen esta Congregación. La Madre Nazaria puede estar bien satisfecha de la labor que realizan todas y cada una de ellas allí donde se encuentran. Con un mismo carisma, del que sacan ese espíritu de acogida, de servicio, de fuerza y entrega incansable. Nuestra más sincera admiración. Los que hemos tenido la suerte de toparnos con ellas sabemos reconocer todo esto. Toda esta vida que han entregado a los demás. Cuando te acogen, no abren solo las puertas de sus casas, te hacen sentir parte de ellas y ponen a tu disposición todo lo que tienen, esa vida llena de experiencia. Perdonad, pero no podemos terminar esta mención sin hacer una especial a las hermanas de la Palmilla (por orden alfabético): Dolores, Juana, Isabel, María y Rafaela. Como dice Piedad, uno se acostumbra al sitio donde está y hace que todo parezca normal, tiene que venir alguien de fuera, o en este caso ir fuera, para valorar más las cosas que se tienen.

Nos ponemos en camino. Salimos para el aeropuerto, nos acompaña Joseph. Llegamos y preguntamos si es verdad que sale el vuelo para Casablanca. Pues sí. Así que última despedida. Venga, Piedad, que no vamos a llorar. Unas lagrimillas empiezan a aparecer… si es que no se puede evitar.


Nos dejan en la cola de facturación porque tienen que marcharse para que Veronique no se quede sola mucho tiempo. Vaya, parece que no hay problemas. Nos registran con detalle el equipaje de mano y pasamos a la sala de embarque. Empieza a pasar el tiempo y no hay señales del avión. Raúl dice que tiene mala pinta porque nos van a invitar a un sándwich y bebida, que está viendo a un señor cruzar por medio de la pista de aterrizaje con unas bandejas. Así es… la espera se prolonga casi tres horas y por fin vemos tomar tierra un avión de Royal Air Maroc. Bajan unos cuantos pasajeros, esperamos el cambio de tripulación y por fin embarcamos. Un ratito de lectura, la cena, un sueñecito, unas medias noches y ya estamos en Casablanca. Ahora toca hacer cola para que nos den el papelito del hotel y la tarjeta de embarque de mañana. Madre mía que “pachorra” tiene esta gente, el de la tarjeta, el del control del visado, el del alojamiento, el conductor del minibús, y los que nos miran desde su pose relajada…
Llegamos al hotel, “duchita calentita y a dormir”.

Bonne nuit et dormez bien.

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